Envuelta en la totalidad inmensa de su vacío, en medio de aquel espectro hecho cenizas que se percibe desde esta vida diferente y dispersa, en un camino paralelo dentro de la variación y distorsión que el plano permite, totalmente dispuesta a su autodestrucción, porque no percibe la posibilidad de un día de vida mas allá del que está por terminar.
Envuelta en su intolerancia al cotidiano proceder de una sociedad delirante y absurda, incomprendida por su perspectiva volteada de una existencia no compartida, llena de su rareza ante terceros, allí esta ésa de ahí, perdida.
Aquel día decidió sentarse a la espera de quién sabe qué para liberarse de la ansiedad que ha generado por años la incertidumbre de lo inexplicablemente inmerecido. Y ha acordado sumergirse, con ésa otra de ahí que observa en su reflejo, en un nivel astral más allá de este plano, para así pasearse por todo aquello que pudo ser y que no fue. Caminó hacia lo desconocido sin nunca parar, hasta finalmente hallarse acechada por el odio y la fatalidad que hicieron eco sin piedad atrapándola en ese punto sin retorno al que inconscientemente siempre quiso llegar.
Ánghela Di Marín
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